
PERIODISMO
EN BILBI
Drogas, ajustes de cuentas, carteristas y prostitución. Un sinfín de problemas concentrado principalmente entre dos calles bilbaínas: San francisco y las Cortes. Peluquerías africanas, carnicerías musulmanas, locales de diseño y locutorios son hoy los establecimientos más comunes entre los edificios de estilo arquitectónico francés que en un momento albergaron los momentos más floridos, alegres y divertidos de la noche bilbaína en la década de los sesenta. Durante el día, clubs y prostitutas en sus puertas convidándote a pasar. Cuando cae el sol, mujeres africanas con ropa ajustada, tacones y maquillaje exuberante esperan clientes a la luz de las farolas. Son el escaparate de la noche en “Sanfran”. El antiguo “barrio chino” bilbaíno, es hoy para los habitantes de la capital un Corea del Norte para Google Maps, la Bilbao oculta.
El barrio de San Francisco gozó sus mejores años en la década de los sesenta y setenta, cuando las barcas llegaban hasta el Arenal y los marineros complacían sus placeres sexuales en los clubs. Además, los bilbaínos disfrutaban de los bares en los que acudía incluso el alcalde de ciudad acompañado de su mujer. Hasta que entró la droga. La degradación se hizo vigente en el 86. Según los vecinos, con motivo de las inundaciones de 1983, que causaron que los gitanos subieran al barrio donde empezaron a traficar con drogas. El barrio empeoró y las personas que habitaban en él se marcharon. Estas son las causas que expone Martín Llona de Munguía, que se trasladó a Bilbao a los 14 años y estuvo trabajando en la calle 2 de mayo cuando había en el barrio las tiendas más elitistas de la capital. “Llegó un momento en el que no se podía pasar por el barrio, inundado de droga, putas y sida. Antes la única droga que había en estas calles era el vino tinto”, insiste.
Marian Arias de la asociación Askabide, entidad que se encarga de visitar, ayudar y prestar servicio a aquellas personas que eligen o se ven obligadas a ejercer la prostitución, expone que la inserción de la droga desencadenó el tráfico que conllevó a la inclusión de drogodependientes en la calle. Así empezó la inseguridad, los robos y la delincuencia. La decadencia urbanística se sumó a los problemas ya mencionados. “La gente vivía casi en infravivienda”, señala. Asimismo llegó población inmigrante a San Francisco. De esta manera, se pasó de un barrio sin sin problemáticas sociales a un barrio muy degradado. Esto conllevó a que los clientes de los locales y de las tiendas del distrito a que se desplazaran a otro lugares. Supuso asimismo que la prostitución dejara de concentrarse y dispersarse.
La prostitución por consiguiente sufrió cambios. Antes de la década de los 90, los que ejercían el oficio eran nacionales: extremeñas, andaluzas, castellanas, gallegas, mujeres de todas las autonomías, pero todas del ámbito nacional. Actualmente, en cambio, son extranjeras en su totalidad. “Antes las señoritas eran gente educada y culta, había que saber chapurrear tres o cuatro idiomas para atender a los marines“, alberga Martín, tras declarar no fiarse de las de hoy día.
Solo la gente con suficiente capacidad económica para irse del barrio pudo hacerlo. Los que siguen en él, están más que descontentos. Una de sus mayores quejas es la presencia de las prostatitas de la calle. Estas suponen apenas el 3% de las 1.800 prostitutas que ejercen en Euskadi. En Vizcaya no hay más de 20 o 30 chicas. Según Askabide este tres por ciento engloba mujeres “africanas, jóvenes, que se ponen por la noche en el trasiego de coches en la calle de Cortes donde Mirasol”. Casi en su totalidad empiezan a ejercer por necesidad económicas. Muchas de ellas son chicas con cargas familiares en sus países de origen que tienen que mandar dinero para sus hijos. “No tengo dinero, tengo que sacar mis hijos adelante, soy inmigrante, no tengo papeles, estoy en una situación irregular…” expone Miren tratando de ponerse en su lugar.
Las que hacen coches lo realizan autónomamente, sin proxeneta. Según Askalbide hay que olvidar la imagen de proxeneta como la figura macarra a la que las películas nos tienen acostumbrados. “Un proxeneta es una persona que se aprovecha económicamente del ejercicio de prostitución de estas mujeres”, apunta. Tal definición engloba a las mamis o encargadas de los pisos, además de los empresarios de los clubs, entre otros casos. “Se están llevando unos intereses por el ejercicio de la prostitución de la pera”, remarca resignada. Aunque ella no lo ha conocido, afirma que el proxeneta como tal ha existido en San Francisco. Esta figura ha quedado actualmente estancada en los pisos, con mamis. “En los pisos la jefa se queda un tanto por ciento, en los clubes también. Es un abuso”, explicaba Ariadne Muñoz, psicóloga en prácticas de Bizkaisida, la Comisión Ciudadana Antisida de Vizcaya.
Medias, faldas y tacones brillan en la oscuridad de la noche en la Calle Cortes
Las calles bilbaínas del barrio de San Francisco acogen a aquellas mujeres que por necesidad económica se han visto obligadas a ejercer el que es conocido como el oficio más antiguo del mundo: la prostitución
Pero no son las prostitutas de los clubs las que levantan quejas entre el vecindario, si no las de la calle. Las quejas vecinales son constantes. Los vecinos protestan al Ayuntamiento porque constituyen un uso privatorio de un dominio público. Lamentan que el servicio se presta a menudo en coches, portales o en la propia calle, utilizando estos dos últimos como urinarios y arrojando allí desechos como tampones y preservativos. Las asociaciones de vecinos de Miribilla y San Francisco lanzaron una propuesta al Ayuntamiento en 2010 para atajar la prostitución ante el silencio municipal.
Trini, una vecina del barrio de 82 años que fue artista y lleva más de 40 años viviendo en la Calle Cortes decía con pesadumbre que “algunas son malas, pero la mayoría son gente buena”, después de que una prostituta la amenazara cuando le pareció sentirse señalada por Trini mientras explicaba gesticulando su opinión sobre la prostitución en el barrio. “No me molestan, -dice- pero aun así le gustaría que el barrio fuera diferente”.
Manuel Herrero, propietario de la joyería Facundo de San Francisco y participante activo desde el ayuntamiento para la promoción del barrio pone en duda que los residentes tengan demasiadas quejas en relación a la prostitución. Sostiene que el mayor problema es la imagen que tiene la sociedad sobre la gente que ejerce. “Están en la calle de Miribilla y te piden: ¿Qué tal? ¿Cómo estás?”, esto es lo único que molesta. Aun así nos expone su visión, según la cual antiguamente se prostituían para dar de comer a sus hijos y luego marchaban, pero “ahora lo hacen por vicio”. Lamenta también la mala imagen se tiene sobre las prostitutas. “Muchas veces se meten con ellas” reconoce.
Fruto de las peticiones del vecindario, el 28 de octubre de 2010 el ayuntamiento impuso en la Ordenanza del espacio público en Bilbao la implantación de entre 300 y 3.000 euros de multa por ejercer la prostitución en la calle. Asimismo, el entonces alcalde de Bilbao Iñaki Azkuno invirtió en 2008 320.000 euros en 14 cámaras en un tramo de 500 metros, que se comprende desde el puente de Cantalojas hasta la Plaza del Corazón de María, a fin de combatir la elevada criminalidad y prostitución del barrio. A su vez, se quitaron algunos de los contenedores para que las prostitutas no puedan esconderse para ejercer.
Aun así, los vecinos creen que estas medidas no son suficientes y no han conllevado cambios. “Las pedimos, pero hay que atenderlas. No son más una forma disuasoria”, señala Manuel, propietario de la joyería Facundo.Para Judit Piqué, otra de las psicólogas que están en el programa de prostitución de Bizkaisida, las legislaciones de los ayuntamientos “tienen una línea que en vez de favorecer, que es lo que intentan según ellos, las ponen en una situación más vulnerable”. Expone que la medida induce a que se escondan en sitios donde están más desprotegidas, donde si necesitan atención del cualquier tipo van a tardar más en recibirla.
En el estado español la prostitución no está penalizada. El código penal no observa el ejercicio de la prostitución como delito. Está tipificado como delito el proxenetismo, la inducción de menores y el conjunto de actividades relacionadas con el engaño. Miren de Askabide señala la hipocresía de la legislación, que expone por un lado que la prostitución no es delito, pero por el otro penaliza a las de la calle porque molestan. “La prostitución ya para colmo no es una actividad ilegal. Yo no puedo ir a la seguridad social y decir que ejerzo el oficio de la prostitución”. Están sacando reformas municipales que las están penalizando, pero “solamente la prostitución de la calle, que es la que se ve y la que molesta”, remarca.“Solamente la prostitución de la calle, que es la que se ve y la que molesta”
VULNERABILIDAD EN LAS CALLES
Es conocido entre los bilbaínos uno de los casos más horripilantes que verifican la vulnerabilidad de las prostitutas que ejercen en las calles. El caso en cuestión es el del famoso shaolín, un profesor de artes marciales que asesinó a dos prostitutas: una mujer colombiana de 40 años y una nigeriana de 20 años. Además, son muchos los casos vigentes que corroboran la desprotección de este trabajo callejero. Se violó a una prostituta de San Francisco en 2008, ha habido detenciones por agresiones a prostitutas para robarles el dinero abonado por el servicio, e incluso se han dado casos de agresiones con cuchillos o navajas.
La partrulla de la Ertzaina del barrio expone haber recibido solicitudes por parte de prostitutas “porque no las pagan, por agresión y violencia”, aunque reconocen que estos dos últimos son minoritarios.Según Askabide las prostitutas sufren violencia básicamente verbal por parte de los hombres. “Como eres puta yo te puedo insultar, te puedo faltar al respeto, porque al fin y al cabo eres una puta”, señala Miren. Además de ser frecuentes servicios que no se pagan, hay muchos casos en que el cliente les exige la no utilización del preservativo. “Es una actividad que supone mucho más riesgo ante la violencia machista de los hombres evidentemente, que el resto de las mujeres”, recalca la trabajadora de Askabide.



